Un comienzo de algo

La calle de tierra, de noche. La plazoleta en el medio, con árboles altos. La tierra roja, pero no tan roja como en otros lugares. La lluvia ya no cae, el alumbrado es poco y es amarillo. La entrada del residencial, la llave, las escaleras. La cama de dos plazas, la mesa de luz (una, no dos), el cuadro bordado, el reflejo del velador en el revestimiento de madera barnizada de la pared. El televisor apagado. La puerta del baño entreabierta, lo mismo que la cortina que da a la calle. Las gotas que caen de nuevo. Hoy papá cumple sesenta y dos años, esto quiere decir que no se murió a los sesenta y uno, como su padre y el padre de su padre. Afuera el único ruido que se escucha es el del viento contra los árboles. El televisor es de catorce pulgadas, tiene forma de cubo y cuelga de la pared. El ventilador de techo tiene telarañas. Las sábanas tienen olor a suavizante. Toda la pieza, en realidad, tiene olor a suavizante. El despertador está puesto a las siete y cuarto, el libro que hay en la mesa de luz es de bolsillo y transcurre en un pueblo a doce horas de Río de Janeiro, en la década del sesenta.

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