Un apunte

Antes cuando uno compraba un disco o un libro, luego se podían vender. Había un valor cuantificable en plata. Los discos y los libros eran como cualquier otro bien intercambiable. Se podían llevar a un negocio de usados y canjear por discos o libros nuevos. Si uno se fundía o se moría, las colecciones enteras se vendían y alguien sacaba una buena cantidad de plata.

Hoy, en un disco rígido portátil de 1 terabyte caben 15 mil discos, 250 mil libros. Muchísima gente tiene colecciones digitales de ese tamaño o más grandes, por la razón que sea. Da igual. Lo cierto es que esas personas existen y son muchas.

El gasto que debería hacer una persona que no quisiera cometer un delito para tener esa colección digital de 15 mil discos es de más o menos 150 mil dólares. Peor todavía, para conseguir los 250 mil libros sin ser un delincuente, habría que sacar del bolsillo, más o menos, 2 millones 500 mil dólares.

Y sin embargo, el punto crucial es que a diferencia de lo que pasaba con las viejas colecciones, de los 2 millones 500 mil dólares que gastamos para llenar de libros nuestro disco rígido portátil no vamos a recuperar jamás un centavo.

Y no está mal que no veamos un centavo. Dejemos de lado que es absolutamente ilegal revender esos archivos. Así y todo, no deja de tener algo de ridículo pretender vender un archivo informático “usado” a la mitad de precio que el archivo “nuevo” (¡y eso que el archivo usado no se degradó en lo más mínimo por el paso del tiempo!).

No importa si esa música o esos libros fueron conseguidos de manera legal o ilegal. No importa si por esa colección gastamos 2 millones 500 mil dólares o absolutamente nada. El disco rígido repleto de música o de libros no vale más plata que el disco rígido vacío.

Nadie, ni el gerente de Sony Music, pagaría una décima parte de los 2 millones 500 mil dólares por esos libros.

Y sin embargo, pensemos en la cantidad de conocimiento y de genialidades artísticas que puede haber ahí adentro. Tanto como para hacer feliz a una persona por el transcurso de su vida.

¿Podemos decir que no hay valor?

Si hay necesidades satisfechas, como las hay, lo que es justo decir es que hay un valor que no es capitalizable en dinero. Hay un valor que es social y que contribuye a la educación, a la información, a la productividad y al entretenimiento.

La digitalización de los bienes culturales es una de las cosas más maravillosas de nuestro mundo. Es la realización, en un campo acotado, pero aun así muy vasto, de una verdadera revolución en el concepto de propiedad. Es el triunfo del valor social por sobre cualquier otro valor. Es la posibilidad, en algún sentido, de que todos seamos millonarios y, lo que viene después, la evaporación del poder de quien tiene por sobre quien no tiene.

Ya lo sé y lo repito: se trata solamente de un campo muy específico de nuestras vidas (aunque insisto, ¡muy importante!). La tarea nuestra, en cualquier caso, es traducir las mismas lógicas que les caben a libros, discos, películas y software, a nuevas cosas. Hay gente que ya lo está haciendo.

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