Un post de actualidad literaria

En un artículo sobre Don Segundo Sombra, Lugones dice que la novela de Güiraldes “pertenece a la familia del Facundo y del Martín Fierro”. Más adelante agrega que “Don Segundo, como Martín Fierro, es el gaucho mismo. Representa en prosa lo que el otro en verso”. Lugones se exalta con la libertad y la hidalguía de los personajes de Güiraldes, gauchos que, en el dominio de un oficio y en la aceptación de su supuesta esencia y destino, revelan una especie de sabiduría popular que vendría a representar el ser argentino, o algo así.

El bigote de Lugones

Lugones se equivoca. Don Segundo Sombra es un libro malo. Es un libro cobarde, prejuicioso, autocomplaciente, narrativamente pobre y con un final que hace las veces de clímax de todo lo anterior. Martín Fierro, en cambio, es un gran libro.

Don Segundo Sombra narra la historia de un adolescente que está aburrido de su vida de pueblo y un día, tras ver la figura misteriosa de Don Segundo, se pega como un abrojo a él para iniciarse en la vida libre y valiente de gaucho. Con Sombra trabaja en arreos y se encuentra con una serie de personajes y situaciones típicos de la pampa: el trabajo, el baile, el juego, la riña de gallos, las historias de fantasmas, las peleas por mujeres. Narrativamente la novela no avanza, no hay conflicto y parece más bien una sumatoria de escenas, un inventario de costumbres gauchescas, algunas menos entretenidas que otras. Lo menos malo del libro son las partes que están en medio de las viñetas, donde los personajes simplemente caminan por la pampa, viajan como autómatas y soportan, como pueden, una naturaleza que los sacude y los maltrata. Lo demás (salvo quizás la escena del rodeo) es aburrido y lleno de lugares comunes, con el agravante de que Güiraldes está maravillado de todo lo que cuenta, lo cual le agrega patetismo a la cosa. Sobre todo, Güiraldes sufre de una especie de admiración patológica por Don Segundo, y el lector ve en cambio a un gaucho común y corriente con necedades y bajezas que no serían especialmente molestas si no fuera porque al narrador le parecen muestras viriles de una sabiduría milenaria y metafísica. Lo único que queda claro en el libro es que Güiraldes no tiene ni puta idea de qué es un gaucho, de cómo vive y de cómo siente. Lo suyo no son más que prejuicios románticamente burgueses sobre los valientes gauchos, que cuanto más lejos estén y cuanto menos molesten a los terratenientes, mejor.

Hernández y Fierro son lo opuesto a Güiraldes y Sombra, y por eso me gustan. No solamente son lo opuesto por el contenido político del libro, que es una denuncia sobre el sometimiento de gauchos e indios por parte de las elites, aunque sí, un poco también por esto. Es que, luego de leer a Hernández, se hace fastidiosa y casi grotesca la nula mención de Güiraldes a las condiciones sociales que mantienen a los gauchos en una realidad durísima y marginal. A Güiraldes parece que el no tener techo, el arriesgarse el cuero en cada rodeo y el perder en el juego las pocas monedas que se ganan los tipos por un trabajo durísimo, es casi el ideal de felicidad. Algo así como: explotemos más a estos gauchos, que a ellos les gusta. Cabe preguntarse por qué Güiraldes mismo no se va con los gauchos, si tanto le atraen. Cabe preguntarse también por qué, en ese final infame de la novela, el protagonista adolescente, una vez que descubre que es heredero de un latifundista, y luego de dudar sobre si acepta la fortuna o no, termina lanzándose a la comodidad del dinero en un gesto de suprema cobardía, contradiciendo todo su discurso anterior de amor a la libertad de la pampa y justificando burdamente la decisión en el hecho de que debe aceptar su destino.

En el Martín Fierro afortunadamente no hay nada de eso. Y si no lo hay es mucho menos por la conciencia y la valentía política que ya mencioné (que igualmente se aprecian), que por decisiones literarias. La clave, para mí, está en que Martín Fierro se escribe en primera persona. Hernández conoce lo que pasa en su país y, sabiéndolo y sabiéndose indignado, se arriesga a meterse en las venas del tipo oprimido. Al hacerlo, le da a Fierro una vitalidad que jamás llega a tener ningún personaje de Güiraldes (y menos que menos Don Segundo). Al identificarse con su protagonista, Hernández logra retratarlo sin complacencias ni falsas idealizaciones. Si el lector le perdona a Martín Fierro que sea supersticioso y pedante y provocador y ladrón y que cuando se emborracha mata al primero que encuentra, es porque no hay nadie que nos venga a decir que eso es la sabiduría. En todo caso, la sabiduría de Fierro la averiguamos nosotros, no nos la señala el autor con el dedo. Así, mientras que Güiraldes hace malabarismo para hacer pasar las necedades del gaucho por sabiduría, Hernández muestra su existencia de la forma más cruda. Cada uno luego saca sus conclusiones.

Pero darle la voz narrativa al gaucho tiene otra ventaja. En el libro de Hernández nos involucramos con el destino del tipo. Sabemos que desertó, que mató y que lo busca la policía. Sabemos que, más allá de su jactancia infantil (“yo soy toro en mi rodeo / y torazo en rodeo ajeno”, o peor, “ni la víbora me pica / ni quema mi frente el sol”), Fierro es una existencia frágil que perdió todo y que anda arrastrada por la pobreza y la violencia y la guerra. Su sabiduría, en todo caso, es la sabiduría de quien perdió todo y es consciente de su situación. Sabe quién es quién en el mundo y lo dice. Llama a las cosas por su nombre. Los lectores lo queremos y sufrimos con él por eso.

Don Segundo es una imagen lejana, casi un arquetipo (o mejor, un estereotipo), alguien a quien no podemos querer porque está demasiado lejos como para dejarse querer. Y para colmo el narrador adolescente (Güiraldes) tiene la vista nublada por la fascinación. De manera que no nos interesa ni el destino de Sombra ni el del protagonista, cuya única decisión relevante en todo el libro (más allá de algunas riñas por polleras) es la del final, donde, como ya dije, luego de toda una novela de aprendizaje de valentía y libertad, arruga y se hace terrateniente.

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Miserable

Desde que compré el reproductor de libros electrónicos, escasean los de papel en casa. Esto no me he traido problemas hasta hace un par de semanas, cuando salí de viaje por la Patagonia con la carpa y con el miedo de romper el frágil aparato. Rebuscando la biblioteca entre los libros de papel que jamás leí y que están llenos de polvo y que probablemente sean un fiasco, lo que más me tentó fue una versión resumida de Los Miserables, de 250 páginas y encuadernación de bolsillo. «Zafa para el verano», pensé.

Grave error. Les informo a todos que la versión resumida de Los Miserables no solo es la peor versión resumida que jamás leí (ostento también la del Tao, muy buena, y de la Divina Comedia, regular), sino probablemente el peor libro que llegué a terminar de leer en toda mi vida.

Imaginen una telenovela venezolana, la peor, y le pegarán en el palo. Casualidades bizarras, encuentros fortuitos en el lugar y el momento justos que se repiten hasta la exasperación, buenos insoportablemente buenos y malos espantosamente malos, sentimentalismo barato y lacrimógeno, y apenas una o dos frases medianamente inteligentes o apenas rescatables en, repito, 250 páginas.

A la izquierda, Víctor Hugo se agarra la cabeza por lo mal que escribe

Para peor, el editor dice en el prólogo que, si bien la obra original es maravillosa (!!), él en persona se encargó de recortar las «descripciones un tanto grandilocuentes» de Hugo. No quiero siquiera intuir lo monstruoso que puede llegar a ser el mamotreto completo.
Prometo no tocar por mucho tiempo nada de este mamerto ni de Alejandro Dumas ni de ningún francés del siglo XIX (salvo Flaubert).

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¡Pedazo de vegano! (o la génesis del odio hacia los vegetarianos)

Hay ciertas opciones y formas de encarar la vida que generan daño a la persona que las toma, pero que generan menos daño por la naturaleza de la opción misma que por la reprobación y las represalias de quienes rodean a la persona. Ejemplos históricos debe haber muchos: se me ocurren el ateísmo en alguna época, la homosexualidad, el consumo de drogas.

Mi corta vida sin comer carne me está trayendo bastantes contratiempos, y me da motivos para incluir al vegetarianismo entre las opciones “sospechosas”, “perversas” y “perseguidas”. Lo que en un principio imaginé que sería una fuente de satisfacción y de orgullo, se convirtió para mí en un problema.

La escena prototípica es la siguiente: recibo gente o voy a un bar o visito la casa de alguien. En el momento de la comida, sugiero o pido un plato de vegetales. Alguien, con total naturalidad, recomienda alguna comida cárnica. Yo agradezco, niego y vuelvo a insistir con el plato vegano. Inmediatamente, nace la sospecha. Como sé en lo que va a terminar el asunto, desvío la mirada y me sonrojo, lo cual acaba por delatarme. Termino confesando mi problema.

Con suerte, todo terminaría ahí. Pero no. Mi problema no suele ser aceptado así como así. Mi interlocutor, ineludiblemente, levanta las cejas, sonríe y pregunta las razones. Yo tartamudeo. “Bueno, es que es medio largo…” Lejos de disuadir a mis adversarios, la vacilación alienta a que tomen la iniciativa. Ya se lo pueden imaginar: “Pero flaco, ¡los seres humanos somos carnívoros! ¡Si te ve un león y tiene hambre, te come! ¡La verdurita no te da energía!” Los más instruidos optan por argumentos científicos y profetizan mi decadencia corporal por falta de proteínas, vitaminas y demás sustancias terminadas en “inas” que habitan un organismo normal, alimentado a carne.


Delphine da explicaciones (El rayo verde, E. Rohmer). No hace falta entender francés. Miren las caras y el ambiente. Quizás así me entiendan.

Pero este post no intenta argumentar a favor del vegetarianismo. Esa discusión me aburre y, por lo demás, la pueden encontrar acá.

Lo que voy a tratar de analizar es por qué la categoría vegetariano cae dentro de las que atraen el odio colectivo.

Intentemos aproximarnos de a poco. En principio, podríamos decir que el odio a los veganos es simplemente uno más de los innumerables odios hacia las minorías. El vegano se comporta de manera distinta, extraña, incomprensible y, como diría el amigo Pichon-Rivière, es un chivo expiatorio ideal que fortalece la identidad y la pertenencia de los carnívoros al grupo social mayoritario. No hay nada más reconfortante que burlarse de un vegano en un asado. Hasta acá la solución psico-social del asunto, que, por alguna razón, siento que se queda corta.

Probemos superponiéndole otra solución: la socio-cultural-económica. Uruguay es un país cuya economía se ha sostenido históricamente en la producción ganadera y la exportación de carne. Los uruguayos, habituados desde siempre a la abundancia de animales en sus praderas y al bajo costo de producción (siempre hay un bicho a mano para matar), se acostumbraron a basar su dieta en la carne. La costumbre, con los años, pasó a formar parte de una cultura nacional. El vegano, así, cada vez que intenta meter un ají en la parrilla o que amenaza con milanesas de berenjena,  pone en riesgo al mismo tiempo la economía y la identidad nacional. En este sentido, el lema “¡La verdurita no te da energía!” sería un reaseguro cultural contra una tendencia disgregadora y económicamente nociva.

(Por supuesto, esta solución es excesivamente simplificadora y no tiene en cuenta que la economía de un país no es homogénea sino que implica distintos intereses, muchas veces contradictorios. Sea como sea, lo cierto es que hoy en día, en esa puja de intereses, quienes se benefician de la producción de carne siguen teniendo un poder comparativamente alto).

Las dos soluciones anteriores creo que serían suficientes para convencer a cualquier vegetariano (en verdad, el vegetariano ya está convencido; cualquier argumento que reafirme su creencia le viene bien). Pero creo que no terminan de completar el mapa y, en su incompletud, estas respuestas terminan siendo injustas con el carnívoro (quien probablemente ya abandonó el texto hace rato).

En cualquier caso, para ser justo con el carnívoro que llegó hasta acá, quiero plantear una tercera solución al problema de por qué los veganos generamos ira: la solución moral. Acá es donde el vegano no queda tan bien parado. La solución la podemos encontrar, resumida en términos bastante precisos, en boca de cualquier carnívoro de buena cepa: “En realidad, el intolerante es él, no yo”. La frase es la conclusión de un argumento tácito cuyo desarrollo es este: el vegetarianismo, lejos de ser meramente una opción de vida individual, es al mismo tiempo un grito moral. No solo el grito del vegano activista, del que grafitea las puertas de las carnicerías y hace piquetes en los feedlots. No. Todo vegano, hasta el más silencioso (y quizás, cuanto más silencioso, más perturbador), juzga y condena con su comportamiento al común de los mortales. Es más, los juzga y los condena del peor de los pecados: asesinar. No hace falta que lo diga a los gritos. Ni siquiera hace falta que conteste con sinceridad ante la pregunta ávida del carnívoro. Incluso renunciando a opinar, incluso sonriendo tímidamente, incluso sonrojándose y disculpándose por su “problema”, la mera abstención cárnica es un gesto acusatorio de una violencia extrema. No hay forma de no acusar cuando se es vegetariano. No hay forma de no decirle al otro que es un asesino (en el mejor de los casos, un asesino ingenuo, una especie de ciudadano norteamericano que, por ignorancia, aprueba las guerras de su país). Y el carnívoro, así como el ciudadano norteamericano, no siente que merezca ese maltrato. No cree que esté haciendo nada malo (por el contrario, siente que está haciendo lo mejor). Como el esclavista de la Edad Media y como el machista de hasta hace unas décadas, el carnívoro de hoy no es otra cosa que una buena persona. Y, sabiéndose una buena persona, ve al vegano como alguien que lo agrede gratuitamente. Como un buscapleitos, como un molesto. Como un gil. Un gil que se cree superado y que no entiende nada. Un pedazo de vegano.

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Por qué doné 20 dólares a Jimmy Wales y no a un niño pobre

Así es, hace unos días doné 20 dólares a Wikipedia. Se trató de mi primera donación, más allá de alguna moneda dada a regañadientes a cierto recaudador de campañas contra el sida, más allá de las circunstanciales propinas a maleteros y mozos y otros personajes típicos a quienes cuesta mucho menos trabajo dar que no dar.

Esto, en cambio, fue un acto soberano. Una obra de bien lisa y llana. Una práctica de la que inmediatamente me sentí orgulloso. Algo que, por proyección, me trajo esperanzas sobre la solidaridad humana y las empresas colectivas (en el sentido épico del término empresa, no en el empresarial).

Lo cierto es que esa misma noche comenté mi donación por chat a un amigo, no sin cierta jactancia. Pero, entiéndaseme bien. Si bien la jactancia era una motivación cierta, no menos relevante era mi racionalización consciente: si no damos a conocer el ejemplo, me decía, difícilmente otros puedan imitarlo. Es decir que, más allá de una autoalabanza, mi comentario también era (o al menos eso intenté que fuera) un llamamiento. Un llamamiento sutil, eso sí, para evitar que mi amigo lo viviera como una orden o como un reproche. La simple comunicación de que yo, un semejante a él, lo había hecho. La prueba fehaciente, de carne y hueso, de que juntos podemos.

Mi alegría, sin embargo, duró poco menos de diez segundos. Al noveno, apareció la respuesta de mi amigo en el servicio de mensajería instantánea. Una respuesta que yo no había siquiera imaginado en toda la tarde:

“jajajajaja, le donás a la wikipedia y no a un niño pobre, genial, jajajajaja”.

Aclaremos. Mi amigo no es un alma afín a la caridad. Él no dona a los chicos pobres. Su respuesta no estuvo dirigida a cambiar el rumbo de mis acciones solidarias hacia otro tipo de intervención más eficaz, sino a poner de relieve mis contradicciones. Y convengamos que, durante una tarde entera, yo había sido completamente ciego a mis contradicciones. Entonces, si bien puedo reprochar el cinismo de su respuesta, esta no deja de tener valor.

Pero vayamos al caso, y el caso es que durante la sesión de chat no pude justificarme. Eso sí, me dio bronca su actitud. Cuando algo me da real bronca en la vida, suelo imaginar que pongo el objeto de mi ira delante de mí y lo agujereo de un balazo. En este caso, lo imaginé a mi amigo, varias veces.

De todas formas, si quería alguna vez contestarle, o, al menos, contestarle a mi conciencia, debía encontrar una justificación.

Pensé las mil razones posibles. Revisé los argumentos históricos tanto del conservadurismo radical como del marxismo más extremo. Pero no hubo caso. Si afirmo que los niños no merecen mi dinero porque ese dinero fomenta la mendicidad y exacerba la vagancia, tendría la conciencia limpia pero diría algo que no creo cierto. Y si, por el contrario, digo que el dinero de mi limosna solamente sirve para disimular los males del capitalismo y estorbar la rebelión de los oprimidos, eso no remedia las necesidades concretas del niño que está delante de mí, a quien, lejos de salir a arengarlo en contra de la explotación, lo evito con la mirada. En definitiva, podría odiar la Teletón, pero no podría evadir mi responsabilidad ante el chico concreto.

Y acá viene el problema: en el fondo, mi amigo tenía razón.

Vamos a analizar por qué le doné al bueno de Jimmy y no al niño. Lo primero, y que se comenta en montones de blogs, es la cara de Jimmy. Ojo, no quiero parecer ni frívolo ni cínico, sólo sincero. Esa cara, que algunos la definieron como “bovina” o “más sonriente imposible” o que “te taladra con sus ojos” me parece que es parte de la clave. No me voy a extender demasiado con la descripción. Solamente voy a señalar algunos detalles: uno, el de las patas de gallo, destacadas por el uso de la luz. Otro detalle: el brillo de los ojos celestes, ampliamente resaltado. El tercero, muy sutil y genial: el cuello de la camisa, de reminiscencias religiosas. Todo lo cual, en conjunto, funciona con una eficacia casi diabólica.

Y aquí, la primera diferencia: el niño no tiene aparato publicitario. Es una lástima, pero lo cierto es que no lo tiene. No puede poner un banner en ningún sitio web. El niño está sucio y mal vestido. Además, no te mira como Jimmy. Su mirada es más bien furtiva o agresiva. En el mejor de los casos, es lastimosa. Miren, en cambio, la imagen de Jimmy. No es lastimosa. Con sus ojos no te está diciendo “dame plata porque la necesito mucho”. Te está diciendo “dame plata porque la necesitas mucho, yo te voy a ayudar”. Eso lo cambia todo. Él no es un inferior sino un superior. No te pone en la difícil situación de tener alguien inerme adelante. Hay algo de la caridad que es ciertamente despreciable, que es la situación de superioridad en la que se encuentra el donante, que lo lleva a la condescendencia y el desprecio, y, recíprocamente, hace germinar en los “beneficiarios” la envidia y el odio. La caridad es violenta por naturaleza. Acá no: Jimmy es un representante de la humanidad, un semidios que actúa como médium para el encuentro solidario de los seres humanos. Nadie se siente violentado, nadie es superior a otro, todos somos hermanos en la causa.

Otra diferencia: a Jimmy no le temo, a Jimmy lo comprendo. Jimmy se expresa claramente y dice que la enciclopedia más grande del mundo, la fuente de conocimiento más maravillosa que la humanidad haya creado jamás en base no a la lógica del beneficio sino a la colaboración y la comunión de los seres humanos, está en juego. El niño, en cambio, no habla claro. Se maneja con fórmulas como “una ayudita para mis hermanitos” o cosas por el estilo que no convencen, ay, por lo trilladas. El niño, por su origen y su cultura, tiene unos códigos que no son los míos. Yo no sé ni lo que hace ni a lo que aspira ni lo que quiere de mí. Es más, le temo. Temo que, si es lo suficientemente grandecito, me ataque. Temo porque sé que tiene derecho a atacarme, que es lógico que lo haga cuando yo, trabajando mucho menos que él, la paso tan bien y encima no le doy nada. Temo porque sé que lo descabellado es que sea tan manso. Y, como le temo, también lo odio, quisiera que desaparezca, que no me haga sentir miserable, porque al fin y al cabo yo no hice nada terrible contra él, simplemente trato de hacer mi vida lo más tolerable posible.

Jimmy no me va a hacer daño. Jimmy es de los míos. Jimmy estimula mi sentimiento de pertenencia a una clase. La clase de los “jóvenes exitosos dentro del capitalismo y paradójicamente anticapitalistas”, de los que comen sano y hablan de derechos humanos y de cultura libre y de ecología. Jóvenes pequeño burgueses, ciber hippies, que desbordamos de apelaciones éticas y a la vez de contradicciones hirientes y avergonzantes.

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Me pasé de bueno, ¿no?

Acá publico un forward que recibí ayer de una conocida, y a posteriori las respuestas que me vi obligado a hacerle.


De:

Enviado: domingo, 14 de noviembre, 2010 22:06:28
Asunto: FW: NORUEGA EN ESTADO DE SCHOCK. ( 2 ).

Asunto: FW: NORUEGA EN ESTADO DE SCHOCK. ( 2 ).
A: «AAAAAA AAAAAA»
Fecha: domingo, 14 de noviembre de 2010, 05:06 am


Lo acabo de abrir, y estoy………totalmente pasmada!!!!!

…..No lo puedo creer!….. Imagen quitada por el remitente. http://images.Quebles.com/hotmail/emoticons/1511766.GIF


Toda Noruega se halla en estado de choque

Ni siquiera durante la II Guerra Mundial había ocurrido algo así en Oslo.

50 mil manifestantes islámicos se lanzaron a la calle, lanzando bombas molotov,

atacando a los noruegos, convirtieron todo el centro de Oslo en un mar de llamas!

La policía reaccionó -se formó la mayor batalla en la historia de Noruega! Recuerden:

Noruega ha dado miles de millones de dólares al PLO (Organización para la Liberación

de Palestina). Noruega ha hecho todo lo posible para apoyar al PLO y Hamas.

. Después de que Noruega apoyara con varios Planes Marshall no sólo al PLO,

Noruega recibe hoy su «propia medicina» ya que esto demuestra que los pueblos

islamicos solo ansian que Occidente los ayude… para luego ellos poder imponerles

su religion y sus leyes.

El país tiene ya un 20% de población islámica sólo en 10 años, pero esa población

Islámica se come el 70% de todo el presupuesto social.

Para colmo, los pueblso islamicos son en extremo violentos, no integrados,

odian a la sociedad occidental y sus costumbres, casi todos los prisioneros

en las cárceles son islámicos jóvenes.

Detestan a la sociedad occidental, detestan que sus mujeres asistan a las Universidades

y vistan ropas livianas, faltas cortas o no usen vestidos largos y negros y velo para cubrir

sus rostros.

Como agradecimiento a la ayuda que les ha brindado Naruega, ayer fue la primera

gran batalla del Islam contra la sociedad Noruega que tambien es el primer

movimiento contra la cultura occidental.

Todo Oslo esta aterrorizado en este momento, en estado de choque.

Los socialistas, ante la furia de los Islámicos, temblando, acaban de dar 30 millones

a Hamas, para calmarlos! Estúpidos europeos… dando dinero a los islamicos

que solo quieren destruir su cultura y dominarlos para imponer su religion y sus leyes.

La cosa está que arde en Oslo ahora mismo:

vean las fotos de ayer noche, esto es sólo el comienzo…!



RECUERDEN: todos estos islámicos en Noruega viven de planes sociales, no trabajan,

roban, atacan a las mujeres, amenazan a toda la población, crean el terror

y son gran número ya.

Están armados con ametralladoras, bombas molotov, adoctrinados en sus cientos

de mezquitas por imanes islámicos traídos de Irán, Egipto,

son lanzados a la Guerra Santa contra Occidente.

Uno de esos imanes dió orden de matar a todas las noruegas acusándolas de prostitutas

e infieles por no usar el velo!

El número de violaciones contra Noruegas por emigrantes Islámicos ha aumentado

en un año en 4000 %. Pegan a las mujeres en plena calle, a la salida de las discotecas.

Los gobiernos socialistas han desmantelado la policía, y los jueces humanistas

no defienden a los noruegos, no defienden a las víctimas, defienden a los agres

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Ahora la respuesta:

Amiga, me asustaste, pensé que estaba pasando algo realmente grave en Noruega. Por suerte, no es así. Estuve haciendo una pequeña investigación en Internet, y resulta que el texto que me mandaste fue publicado el 24 de enero de 2009 en un foro de AOL. Acá el link: http://messageboards.aol.com/aol/en_us/articles.php?boardId=564699&articleId=10607&func=5&channel=News+AOL+Managed

Pero mi investigación fue un poco más allá y quise corroborar lo que dice el texto. Buscando mucho, llegué a un portal de videos de Noruega, de donde están sacadas las fotos ilustrativas del texto que me mandás. El sitio es este: http://www.dagbladet.no/tv/index.html?clipid=30202
Ahí podés ver el video de donde están tomadas las fotos.
De ahí obtuve el dato de que el video es del 8 de enero de 2009. Eso fue fundamental en mi investigación, dado que me permitió buscar en Google «Oslo – riots – 8 – 1 – 2009» y llegué al objetivo.
En estos textos podés leer lo que verdaderamente ocurrió:
http://en.wikipedia.org/wiki/2009_Oslo_riots
http://my.opera.com/rose-marie/blog/2009/01/10/oslo-riots
http://www.americaninoslo.com/2009/01/the-oslo-riots.html

Los textos están en inglés, pero te los resumo brevemente. Entre diciembre de 2008 y enero de 2009, hubo varias manifestaciones en Oslo contra la política del gobierno de Israel en el marco del conflicto en Gaza. En la manifestación más grande, según wikipedia, hubo cinco mil personas.
Que quede claro, las manifestaciones no eran ni contra el mundo occidental ni contra las mujeres que no usan velo. Eran contra la política del gobierno de Israel en Gaza.
En cuanto a los disturbios, tienen que ver con que algunos manifestantes (según Wikipedia, 200 entre 5000), en varias oportunidades, comenzaron a gritar proclamas antisemitas, tirar piedras a la embajada de Israel, romper vidrieras y quemar tachos de basura. En otro episodio, unos manifestantes pro-palestinos interrumpieron una manifestación de pro-israelíes a la fuerza. En todos los casos intervino la policía arrestando a los desaforados.
En cuanto al gobierno de Noruega, es laborista y, por lo que investigué, no encontré ninguna noticia periodística que hable de que le hayan donado 30 millones (de que? de dólares? de euros? de coronas?) a Hamas.

Si me preguntás mi opinión, me parece genuina tu preocupación por el tema y, de hecho, a mí también me preocupa que manifestaciones contra la política del gobierno de Israel terminen a veces con tantos giles largando proclamas antisemitas. Es más, creo que tenemos que cuidarnos bien del antisemitismo y aplicar la ley para castigar los ataques de este tipo. Pero también creo que no le hacemos ningún bien al proceso de paz en Medio Oriente si mentimos diciendo que esto fue ayer (te repito, fue hace casi dos años!), que eran 50 mil, que destruyeron todo Oslo y que amenazaban destruir todo occidente. El panfleto es casi grotesco por lo poco sofisticado que es, y sería chistoso si no fuera porque hay gente que lo cree y que se indigna y que jura venganza contra los musulmanes. Por favor, amiga, no lancemos panfletos anti musulmanes (y anti socialistas, ja). Lo que hay que tratar de hacer es otra cosa, es tratar de ayudar a un proceso de paz que se demora más de 60 años.

Abrazo!

Pd: si te parece, podrías reenviar mi investigación al contacto que te envió este mail, así sale de su error y puede difundir un panorama más realista de lo que pasó.

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(30 minutos después, segunda respuesta)

Amiga:
en cuanto a los 30 millones a Hamas, ya averigüé:
http://www.icenews.is/index.php/2009/01/08/norway-provides-aid-to-gaza/
La época de las manifestaciones en Oslo coincide con la guerra de Gaza. Para esa época (principios de 2009), había bombardeos en Gaza, y lo que hizo el gobierno de Noruega, al igual que otros, como el de Finlandia, fue enviar fondos para ayuda humanitaria a organizaciones internacionales como la OMS y la Cruz Roja.
Un abrazo!

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¿Hice bien?

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El turismo y los insectos

Leo: “Al alma probablemente le siente bien ser turista, aunque sea solo muy de vez en cuando. No digo que le siente bien de una forma refrescante o iluminadora, sino más bien de una forma sombría, severa, estilo ‘Miremos los hechos con franqueza y encontremos una forma de abordarlos’ ”.

Hace dos años, yo estaba en El Calafate. Estaba con mi compañera. Era de noche y se largó a llover y nos refugiamos bajo el alero de un negocio. En esa circunstancia, escuchamos a una pareja, parada bajo el mismo alero, que, en conversación con dos italianos, enumeraba los distintos lugares del mundo que habían conocido juntos, en un tono entre orgulloso y ansioso. Apenas podían detenerse en la descripción de un lugar, que ya estaban nombrando otro. Los italianos, desbordados, intentaban sin éxito colar algún comentario. La escena resultante era algo entre cómico e insoportable.

Leo: “Mi experiencia personal no me ha demostrado nunca que viajar por el país amplíe mis horizontes o resulte relajante…”

Hace dos años, yo creía que me gustaba viajar. O, mejor dicho, me gustaba viajar. Lo que no tenía demasiado claro era por qué me gustaba. Yo, lo admito, me veía distinto de aquella pareja que estaba bajo el alero del negocio. Yo (y mi compañera, porque, en realidad, los viajes siempre los hice con mi compañera, y es imposible pensarlos sin ella) pensaba que el hecho de dormir en una carpa y no en un hotel, que la circunstancia de viajar a dedo y no en avión, nos convertían en algo así como viajeros de verdad, aventureros reales.

Leo: “… sino más bien que el turismo… resulta radicalmente constrictivo, y humillante de la peor forma…”

Sin embargo, algo ya sospechaba. Y, consciente o no, las pruebas de mi sospecha están en que me interesé por condiciones de viaje cada vez más precarias. Como si la improvisación, la fragilidad y el riesgo fueran las armas, o las esperanzas, para combatir a un mundo cada vez más convencional, más imitativo de sí mismo.

Leo: “Ser un turista de masas equivale a convertirse en un puro americano de los tiempos que corren: foráneo, ignorante, codicioso de algo que nunca se puede tener y decepcionado de una forma que nunca se puede admitir”.

Pero, más allá del cierto consuelo de esperar en una ruta, del innegable alivio de caminar en soledad por la montaña (y es que, a esta altura, el solo hecho de pensar en una reserva de hotel o en una excursión con guía me trae el vómito a la garganta), el problema sigue siendo el mismo. Es más: si se quiere, hasta es razonable pensar que una buena cuota de esnobismo se esconde en viajar como mochilero cuando uno tiene el dinero suficiente para hacerlo de otra manera.

Leo: “Implica estropear, en virtud de la propia ontología, la misma cosa no estropeada que uno ha ido a experimentar”.

Por no mencionar que, en realidad, cargar con mochilas es algo incómodo y bochornoso, que trae fastidio el noventa por ciento del tiempo y que solo brinda satisfacción cuando uno llega a un lugar con la sensación exaltada de “misión cumplida”.

Leo: “Implica imponerse a uno mismo sobre lugares que en todos los sentidos menos el económico serían mejores y más reales si uno no estuviera”.

Y ahí está la clave del asunto. “Misión cumplida”. ¿Misión cumplida de qué? La fórmula misma está basada en la idea de que viajar es simplemente acumular kilómetros o lugares (de los cuales muy pronto nos vamos a olvidar hasta de sus nombres), de que es imperioso fotografiar todos los detalles hasta el infinito para luego poder atormentar a los amigos (y a nosotros mismos a través del recuerdo en voz baja, del recuerdo de antes de irnos a dormir) con descripciones aborrecibles del estilo “una montaña increíble” o “un río azul como no te das una idea”.

Leo: “Implica, en las colas y en los atascos y en las transacciones sin fin, afrontar una dimensión de uno mismo que resulta tan ineludible como dolorosa: en tanto que turista, te vuelves económicamente significativo pero existencialmente aborrecible, como un insecto posado sobre algo muerto”.

Y ni hablar de las anécdotas y de las “experiencias de vida” que uno trae. Ni hablar de la sabiduría o de la “visión del mundo” que se acumula recorriendo la Tierra. Los contactos con los lugareños se reducen a unas pocas posibilidades. O bien te quieren vender algo, o bien (en el caso nuestro, de seudo-mochileros) es uno el que les pide favores. Los que te quieren vender algo, en realidad te desprecian. Te desprecian porque vos, y otros más como vos, arrogantes y estúpidos, vienen a arruinarles su lugar, a infectárselo, y porque, a pesar de esto y para colmo, están obligados a ubicarse en la posición hipócrita de vendedor/guía/anfitrión amable si quieren ganar unos pesos para vivir. Y, si venís como mochilero y no les comprás, como yo, te ignoran, porque no les interesa perder el tiempo, o te tienen miedo, porque intuyen que de alguna manera podés arruinarles su negocio. Ellos, sin saberlo, también fueron contaminados por la indignidad de los turistas. Ellos, por culpa de los turistas (y gracias a ellos, que en definitiva son los que les dan de comer), se volvieron más ruines todavía que sus huéspedes.

Vuelvo a leer: “existencialmente aborrecible, como un insecto posado sobre algo muerto”.

* El texto que leo es del ensayo «Hablemos de langostas», de David Foster Wallace.

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Drogas en el Palacio Legislativo

No, no es una denuncia de narcotráfico en las más altas esferas. Es que ayer dejé mis ajetreantes obligaciones diarias y caminé quince cuadras para ver qué tal una jornada que se llamó «La necesidad de un debate nacional de drogas» en la cámara de diputados de acá, de Uruguay. La cosa pintaba bien porque la propaganda de la actividad me había llegado a través de Prolegal, una ONG que milita por la despenalización. Bueno, efectivamente la jornada estuvo buena. Más allá de los cafecitos gratis, quiero decir. Llegué a las once y media y, hasta las cinco y pico de la tarde, presencié tres mesas con gente bastante variada, desde el sociólogo Rafael Bayce hasta el director de la Junta Nacional de Drogas, pasando por algunos periodistas y legisladores de casi todos los partidos. La verdad es que no me esperaba que hubiera un acuerdo tan grande entre todos (sí, todos) los oradores sobre la necesidad de despenalizar. Bayce, el más audaz de todos, se enfervorizó en pos de la despenalización absoluta de toda la cadena productiva de todas las drogas. Un diputado del Frente Amplio, que se declaró consumidor de marihuana, habló de un boceto de proyecto para crear un instituto del cannabis, que sería algo así como el Instituto del Vino y que regularía la producción, controlando la calidad, el precio y la disponibilidad. Un diputado del Partido Independiente, que en algún momento de la charla dijo que la única certeza que tenía era que Dios existe, afirmó sin embargo que prohibir la marihuana porque hace mal a los pulmones o a lo que sea, era lo mismo que prohibir el churrasco porque trae colesterol. Tanto el director de la Junta Nacional de Drogas como los mismos periodistas maldijeron a la prensa por su discurso simplista sobre la pasta base. ¡Hasta el mismo hijo de Lacalle tiene redactado un proyecto de ley sobre despenalización del autocultivo! Todos señalaron la contradicción perversa de que no es delito consumir la sustancia pero sí es delito comprarla, y se manifestaron a favor de suprimir ese doble vínculo legal. Todos, también, indicaron la diferencia entre el consumo ocasional, recreacional, y el consumo problemático y la adicción. Ninguno presentó a las drogas como causa de delitos.

Por si fuera poco, estuvo el cafecito de los intervalos. Pero no sólo eso. Se siente agradable entrar a la legislatura así como así, vestido como un croto, preguntar a los guardias sobre la charla de drogas, y que nadie te trate mal. Había muchos pibes con remeritas canábicas y todo bien con ellos también. Había entre el público, eso sí, bastante gente de comunidades terapéuticas que venía con otras ideas, y que hicieron sentir su postura en los comentarios. Estaban casi que indignados por la unanimidad de la opinion anti-prohibicionista de los paneles. Decían que los legisladores no saben nada de lo que es el problema de la droga. Se indignaban ante los chistes de los conferencistas y ponían cara de horror. Con rabia, decían que el gobierno no da ni dos pesos para el tratamiento de las adicciones (bueno, acá me la juego a que tienen razón). Añoraban las viejas épocas en que la juventud se volcaba al deporte. Se escandalizaban de que, si se despenaliza el autocultivo, un niño de diez años pueda ver una planta de cannabis en su casa (parece que ver plantas genera daño psíquico). Y, como profetizadores del apocalipsis, decían que si se despenaliza la marihuana, al final se van a terminar despenalizando todas las drogas más terribles, porque, a fin de cuentas, ¿qué diferencia hay? (Sí, muchachos, han dado en el clavo, a veces ustedes defienden nuestros argumentos mejor que nosotros).

Pero bueno, lo repito: gente de muchos organismos del Estado y de todos los partidos políticos está pensando seriamente en un camino hacia la liberalización de las drogas. Por supuesto, muchos dijeron que no es sólo cuestión de voluntad sino que hay tratados internacionales e instituciones del poder global que presionan en contra, y que, por lo tanto, hay que ser cautos, ir de a poco, bla bla bla. A mí me parece que, una vez que la voluntad está, el punto fundamental es el discurso que se construye para encarar las reformas. Tiene que ser un discurso en favor de las libertades pero que no deje afuera a los veteranos de las comunidades terapéuticas. Hay que decirles a estos veteranos que toda la plata que se ahorre en milicos y jueces la vamos a usar para promover la salud, para tratar a los pibes adictos. Hay que dar guita para estos tratamientos. Hay que presentar a los pibes adictos a la pasta base como víctimas a las cuales hay que ayudar y no como chorros. Pero hay que instalar muy fuerte, también, la idea de que droga no es sinónimo de adicción. Y hay que mostrar una y otra y otra vez el desastre que trajeron todas las políticas de guerra contra las drogas, mostrar cómo esas políticas trajeron más corrupción, más inseguridad, más muertos. Mostrar que despenalizar no es estar a favor de las drogas, sino en contra de la dominación extranjera, de la mafia y de la persecución policial.

Estoy seguro de que ese discurso va a ser efectivo (una veterana al lado mío se quedó re-contenta con todo lo que había aprendido en las charlas y cómo le habían «abierto la cabeza»). La gente está bien dispuesta a nuevos discursos, a nuevas ideas. Después de ver cómo en Argentina, en base a una campaña discursiva inteligentísima, la gente cambió de opinión de forma tan increíble sobre el derecho de los gays a casarse, yo creo que esto también se puede.

PD: El premio al chiste de la jornada se lo llevó el diputado del Frente que dijo que, si le ponían de un lado las piedras de marihuana que se venden hoy en día, y del otro, un cogollo de una plantita hogareña, iba al cogollo como el pulpo Paul.

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La lección

En diciembre de 2001, decenas de miles de personas, enfurecidas por el fabuloso éxito del neoliberalismo en la Argentina, llegaron al Congreso y, requetelocas de la bronca, subieron la escalinata, tiraron la puerta abajo y rompieron todo lo que había adentro. Una semana después, hicieron mierda la fachada de la Casa Rosada y, si no lograron entrar, fue porque las balas llegaron antes.

Lo cómico/bizarro/patético/siniestro del asunto es la «enseñanza» que quedó materializada: las vallas, puestas de urgencia por el gobierno frente a ambos edificios, quedaron para siempre. Casi diez años más tarde, llegó el momento de disimularlas, de adecentarlas, transformándolas en sobrias pero sólidas rejas.

Van a pasar los años y cada vez menos gente va a saber que estas rejas fueron el resultado del miedo loco de la clase dominante al descontrol de las masas explotadas.

Ah, pero siempre habrá unos pocos idealistas que no acepten esta clase de enseñanzas.

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El optimismo

Yo entiendo que gente que trabaja en los organismos públicos de radio y televisión se entusiasme con la TV digital. Están encargados de llevar adelante el traspaso a la nueva tecnología, y está claro que hay una mejora con respecto a la tecnología analógica (más canales, posibilidad de cierta interactividad). También entiendo que la TV digital es algo inevitable, determinado por la «industria global», y que está bien que el Estado se haga cargo de garantizar la libertad en algo que, de una forma u otra, va a determinar la vida de todos.

Si la gente de RTA se limitara a decir esto, no me molestaría. El problema es cuando, a través de textos que rebosan de un estilo propio de los documentales malos sobre la historia de la computación, nos quieren convencer de las mil y una maravillas de la TV digital.

Insisto con que es muy poco razonable el salto a una tecnología que, ya antes de nacer, es casi obsoleta con respecto a Internet. Sigo insistiendo: si queremos una «TV para todos», mejoremos la velocidad de acceso a Internet, demos a todos la posibilidad de acceder a ella y garanticemos la neutralidad de la red. Así vamos a tener una plataforma de TV socialmente más justa, económicamente más razonable, y, de paso, nos vamos a dar cuenta de que no solo hay TV para todos, sino también «Diarios para todos», «Radio para todos», «Libros para todos»…

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