A punto de que me chifle el moño

Hoy se me ocurrió (de nuevo) conseguir El Amor Brujo de Roberto Arlt. Ya se me había ocurrido, y olvidado, otras veces. El Amor Brujo es la novela que escribió Arlt después de Los Lanzallamas. Es la última novela de Arlt y la más difícil de conseguir. Seguramente porque es mala; todos los que saben de Arlt la consideran una novela menor. Pero es la única novela de Arlt que no leí y creo que no me interesa si es mala. Necesito leer esa novela.

La busqué en Internet y no está. Hay un archivo llamado El Amor Brujo que pulula (qué palabra horrible) por cientos de sitios, pero es solamente un capítulo de la novela. Me pregunto por qué nadie revisó el archivo, por qué todos siguen diciendo que es la novela completa. No es la novela completa. Si fuera la novela completa, ya la habría leído y este post sería el comentario de la novela y no la información estúpida de que voy a comprar el libro.

Desde que compré el reproductor de libros electrónicos, tengo acceso a todos los libros que hay en Internet. Son muchos. Muchos. Pero El Amor Brujo no está y en este momento quiero leer El Amor Brujo. Y lo voy a comprar, claro. Quizás mañana lo consiga. Y si no es mañana, porque quizás mañana me olvide, sé que en algún momento me voy a volver a acordar, y de todas las veces que me acuerde, habrá una vez que lo compre. Porque, para casos como este, con una sola vez alcanza.

Lo cierto es que voy a comprar ese libro porque lo quiero leer. Pero no solamente lo quiero leer. Hay algo que quiero tanto como leer ese libro, y es que ese libro esté en Internet. Es más, probablemente leer el libro, ahora que lo pienso, no me interese tanto como subirlo a Internet. Probablemente lo que necesito no es leer el libro, sino subirlo.

Desde hace un tiempo que este razonamiento distorsionado se me aparece cada vez que pienso en libros. Desde hace un tiempo que bajo libros de Internet, y también que subo libros a Internet. Sé que en Internet hay más libros de los que voy a leer en la vida. No me importa, sigo subiendo y bajando libros.

No sé por qué me gusta subir libros a Internet. Me da mucha alegría hacerlo y me siento una buena persona cuando lo hago. Hacerlo, para los que no lo saben, implica escanear el libro, pasar los archivos escaneados por un programa que transforma la imagen a texto, corregir el resultado, editarlo y finalmente cargarlo en distintos servidores y sitios relevantes. A veces, según el libro, hay que arrancar las hojas del lomo para que el escaneo sea legible. Todo el proceso lleva, en algunos casos, horas, en otros, días.

Roberto Arlt murió el 26 de julio de 1942. El 26 de julio de 2012 se van a cumplir 70 años. No me interesan ni un poco los aniversarios, pero ese dato no debería ser menor para mí, dado que no va a ser hasta el 26 de julio de 2012 que sus obras entren en dominio público. Es decir que, hasta donde los números me indican, yo no puedo subir el libro de Arlt a Internet. Sin embargo, mi razonamiento distorsionado me empuja a hacerlo.

Pero mi razonamiento distorsionado va más lejos, mucho más lejos. Mi razonamiento distorsionado me dice, una y otra vez, que cada libro que yo compre debe ser el último ejemplar que alguien jamás compre. Me dice, mi razonamiento, que la acción de subir el libro es, por así llamarle, definitiva. Me dice que hoy en día hay gente que no se da cuenta, pero que el poder de subir un libro a Internet es, sin exagerar, análogo en el campo del alma, al de la transformación de los átomos en energía. «No es chiste, Jorge», dice mi razonamiento.

Ojo. Yo sé que hay una distorsión. Sé que jamás debería ser más importante subir un libro que leerlo. Al menos, en términos de arte, de aprendizaje, de existencia. Sé entonces que hay algo, necesariamente, una motivación, que me lleva a hacerlo. Una motivación que probablemente tenga algo que ver con que tengo 29 años y siempre dije que antes de los 30 iría a publicar algo. Una motivación que, justamente, me trae dudas acerca de qué es publicar, por qué debería cualquier autor querer publicar, por qué debería yo querer publicar. Sé, entonces, que en el hecho de subir los libros hay algo que, si se lo mira bien, tiene que ver con los libros y los autores, con darle los libros y los autores al mundo y al mismo tiempo con matar a los libros y a los autores y pensar así, en la victoria, un poco menos (pero es mentira, porque así siempre está presente) en que tengo 29 años. Lo cual es estúpido porque soy joven, y porque no creo en los números redondos, aunque está claro que alguna vez sí creí en ellos porque de otra forma jamás me habría prometido que publicaría algo antes de los 30. Es estúpido, como decía, y sin embargo hay una regla muy clara en el mundo tal como me toca vivirlo y es que lo estúpido siempre, siempre, se impone.

Podría dedicar la vida a subir libros sin leer jamás uno solo de todos los que hay en mi reproductor. Es, depende del ánimo con el que afronte el día, desesperante. Y sin embargo paso días, semanas enteras, pensando una y otra vez en el asunto, sacando conclusiones, buscando nuevas formas de compartir las obras, soñando con asesinar a editores y libreros y autores que defienden el copyright, imaginando la revolución total y completa del conocimiento, la muerte de la letra impresa, la llegada del nuevo arte y de la nueva literatura. Rezando por el bien de proyectos tan sobrecogedoramente frágiles y maravillosos como este. Rumiando contra las corporaciones infames y sus miles de voceros rastreros.

No tiene nada que ver con el bien ni con el mal, si bien yo soy de los que creen en el bien y en el mal. No tiene nada que ver con lo justo ni con lo injusto, a pesar de que yo creo en lo justo y también en lo injusto.

Mañana voy a buscar el libro de Arlt en las librerías de Tristán Narvaja. Todavía no sé si lo voy a leer o si, antes de leerlo, voy a arrancar sus hojas para subirlas a Internet y, una vez subidas a Internet, bajarlas a mi reproductor. Y, en este caso, tampoco sé si antes de leerlas en mi reproductor no me van a dar ganas de comprar otro libro de otro autor que quiera tanto como a Arlt para volver a escanearlo y volver a subirlo para volver a bajarlo y volver a comprar otro, en cuyo caso lo escanearía y lo subiría y lo bajaría y pensaría nuevamente en Tristán Narvaja, antes de irme a la cama y no poder dormir.

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Campaña mundial

Sigo promocionando campañas. En este caso, se trata del lanzamiento mundial, a través de este blog, de la campaña: «No a los conceptos baratos en el arte conceptual».

Señor artista: si usted se dedica al arte conceptual, sepa que, como el nombre lo indica, el concepto es lo más importante de su obra. Dedíquele, al menos, quince minutos a desarrollarlo.

En caso contrario, acá van más ideas:

«Artista se casa con mono frente a la sede de la Sociedad Rural»

«Artista se tira pedo en un vernissage»

«Artista se olvida la obra en su casa para hablarnos de la memoria»

monstruos

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Subir un libro a Internet para que todo el mundo lo lea

doná un libro

Me sumo a la campaña de derechoaleer.org  y subo a Internet la novela «Pasado amor» (1929) de Horacio Quiroga. Creo que no tiene ningún error de edición, pero como lo escaneé a mano, nunca se sabe, así que si alguien encuentra algún error, me avisa y lo corrijo.

Pasado amor

Aviso: si usted es un troll del copyright, le comunico que todas las obras de Horacio Quiroga se encuentran en el dominio público.

Acá el libro en línea:

¡Saludos!

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De cómo lo impensable se transformó en ley

Hace un par de semanas, un amigo uruguayo me recordó una frase de un post antiguo de Papelitos sobre el Debate Nacional de Drogas en Uruguay:

«Después de ver cómo en Argentina, en base a una campaña discursiva inteligentísima, la gente cambió de opinión de forma tan increíble sobre el derecho de los gays a casarse, yo creo que esto también se puede.»

Mi amigo, abochornado tras un asado donde los asistentes bregaban contra la adopción por parte de homosexuales, quiso saber más sobre esto de la «campaña discursiva inteligentísima». Me preguntó: ¿Cuál fue esa campaña y por qué fue inteligentísima?

Aquí la historia, tal como la entiendo yo:

Todo comienza en 2009 (en verdad mucho antes, pero a los fines de esta historia, creo que vale este comienzo) o un cacho antes, cuando la FALGBT, la federación de gays, lesbianas, etcétera, inicia una campaña muy ingeniosa. Comienzan a presentarse en distintos registros civiles del país para casarse y, al recibir la negativa de los empleados, formulan recursos de amparo que caen en manos de muchos y distintos jueces. En diciembre de 2009, una jueza, por la razón que sea, hace lugar al recurso de amparo de Alex Freyre y José María Di Bello y les permite casarse. La noticia se desparramó en la prensa y los futuros esposos (muy adorables ellos) empezaron a ir a todos los programas de televisión. A los pocos días, otra jueza dicta otra resolución revocando la medida anterior, por lo cual la noticia pasa a ser: «No los dejan casarse». Entonces los esposos frustrados vuelven a la TV a lamentarse de la injusticia, a celebrar la boda simbólicamente, etc. La cosa toma un estado muy público y finalmente la gobernadora de Tierra del Fuego firma un decreto (!) permitiéndoles casarse en su provincia. La boda se hace y se transforman en el primer matrimonio gay de latinoamérica, con una enorme repercusión en medios de Argentina y de otros países.

A partir de ese momento, comienzan a llover recursos de amparo, y otros jueces se suben a la ola y empiezan a darlos. Mientras tanto, la iglesia se opone y comienzan pedidos para frenar estos casamientos. La discusión sobre el tema se instala en todas partes y los sectores progre del gobierno y de otros partidos de izquierda agarran un proyecto de ley al respecto y lo impulsan.

Acá empiezan a jugar un papel clave los medios de comunicación. Los programas de chimentos, Tinelli, Mirtha, Susana, todos ellos, hablan sobre el tema. Lo interesante es que en la TV argentina abundan los mariconazos, y entonces personajes como Roberto Piazza y Pepe Cibrián y Florencia de la V y tantísimos otros son invitados para expresarse. En sendas entrevistas, decían cosas tales como «nosotros nos amamos y no nos dejan adoptar», o «Qué va a pasar con él si se enferma gravemente y no lo cubre mi obra social?», o «no dejan que su hijito tenga un padre», y cosas por el estilo, de alto tenor melodramáticas.

La otra parte de la estrategia la llevaba adelante María Rachid, la presidenta de la FALGBT, que se hacía presente en los programas políticos y hablaba en términos racionales y legales. Decía cosas tales como que parejas que habían convivido 50 años no tenían derecho a herencia, cobertura social, etc. También remarcaba que la adopción por parte de gays ya existía porque estaba permitido adoptar para personas solteras, y que lo único que iba a hacer el matrimonio igualitario (fijense qué astutos: no decían matrimonio gay, decían matrimonio igualitario) sería que esos chicos, que ya tienen a dos padres del mismo sexo, ahora los tuvieran de forma legal y pudieran recibir los beneficios sociales que tanto necesitaban.

Desde la comunidad gay, y esto es clave, siempre se preocuparon por presentarse como víctimas de un sistema injusto, y fueron muy precavidos de no atacar ni manifestar violentamente ni hacer nada q pudiera perjudicar su imagen. El papel confrontativo (el cual también fue para mí fundamental, atacando sobre todo la posición infame de la Iglesia) lo llevaron adelante algunos legisladores heterosexuales.

Algo que ayudó enormemente, de todas formas, fue que los que estaban en contra del proyecto de matrimonio gay se cavaban su fosa cuanto más hablaban. A lo único que apelaban durante las argumentaciones era a las «leyes naturales», a Dios, a la familia, al asco o a cosas por el estilo.

En un momento televisivo histórico, Mirtha le preguntó a Roberto Piazza si, por el hecho de que los padres fueran gays, no podrían violar a su niño (!). Roberto Piazza se sintió profundamente dolido y, al término del programa, anduvo de recorrida protestando por la cosa terrible que le había dicho Mirtha.

Otro highlight memorable ocurrió en lo de Susana Giménez, donde Pepe Cibrián se largó a llorar y, agarrando a Susana de la mano, le preguntó entre mocos si prefería que los niños desahuciados que no encuentran padres adoptivos quedaran en la calle o fueran adoptados por homosexuales. «Yo te pregunto con amor… Ante esto, vos qué preferirías: ¿calle o Pepe?». Etcétera etcétera.

Si todo lo anterior respondió a una campaña bien organizada, o se dio más o menos espontáneamente, no es para mí lo importante. Lo fundamental es que la campaña contaba con un diseño lo suficientemente robusto como para transmitir el mensaje y llegar a todos los públicos.

Unos días antes de la votación, hubo una manifestación de unas 50 mil personas en favor del matrimonio igualitario, donde participó Flor de la V y tocaron músicos famosos. Al día siguiente, otros 50 mil llegaron, vestidos de naranja (esa era la insignia del «no» al matrimonio gay), cual ku klux klan, a «defender la familia».

Finalmente, el día de la votación en el senado, casi todos los canales de televisión transmitían en cadena. Para colmo, el resultado de la votación era un misterio, y se definía en el momento, por uno o dos votos.

Ardía Twitter, llovían las presiones, se prolongaba la vigilia frente al Congreso.

El resto es conocido.

Lo cierto es que, para resumir, la estrategia incluyó un proyecto legislativo, una movida judicial basada en los recursos de amparo y una movida mediática que articulaba distintos discursos en relación a distintos públicos. Los artistas trolos de la tv fueron fundamentales porque transmitieron el mensaje a los sectores populares.

Mi amigo me preguntaba cómo discutir, a qué apelar en los diálogos con la gente que está en contra del matrimonio gay. Yo le contestaría que en cada caso se puede apelar a distintos argumentos (muchos de ellos mencionados en este post), pero siempre va a ser de ayuda mirar el ejemplo de lo que sucedió en Argentina, donde lo impensable se transformó en hechos en poco menos de seis meses.

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Zizek, Lynch y mi vecina Irma

«La voz no es una parte orgánica del cuerpo humano… sale de algún sitio de tu cuerpo… es como si una fuerza extraña se apoderara de nosotros»

Esa frase recordé ayer, mientras iba a hacer mandados, cuando oí desde la calle a mi vecina Irma que retaba a su hija chiquita, y a su hija que le contestaba en tono feo, y a mi vecina Irma que la volvía a reprender, que la acusaba de no ser ordenada pero también le explicaba cómo ser ordenada pero a la vez se quejaba de que fuera tan desordenada pero simultáneamente se resignaba a que sea desordenada.

Lo que me llamó la atención no fue lo que decían madre e hija, ni las razones que cada una tuviera dentro de la discusión, ni la naturaleza de la relación entre ambas.

Lo bizarro era que esa voz, la voz de Irma, no era en verdad la voz de Irma. Era la voz que ya había oído muchísimas veces en circunstancias similares. Esa voz, la voz física de Irma, ese hilo de sonidos tan particular que envolvía una entonación y un ritmo y un timbre y una prosodia peculiares y específicos, era algo que venía de otro lado. Esa voz quejumbrosa, aguda y penetrante, estereotipada y, si se quiere, en gran medida aterradora, esa voz preexistía a Irma y había encontrado el cuerpo de Irma para manifestarse, era una voz que poseía a Irma y que se decía a través de ella, a pesar de Irma.

«La voz flota tranquilamente, como una presencia traumática… Nos confrontamos a la terrorífica dimensión del objeto parcial autónomo… la cuestión es cómo deshacerse de esta dimensión horrible de la voz”.

La voz de Irma está en todas partes, flotando, como el Mal en las películas de David Lynch. Y el problema es que no es solo la voz de Irma. Hay otras voces flotando:

PD: los extractos son del bueno de Slavoj.

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Se pusieron recios

Aunque claro, los muchachos se pusieron pesaditos en todos los frentes. Vean los siguientes artículos periodísticos (¿pagados?) en la gloriosa prensa tradicional. Pero sobre todo, lean los comentarios que hay debajo de los artículos.  

http://www.larepublica.com.uy/comunidad/445967-llego-la-pirateria-satelital

http://www.elpais.com.uy/110331/ultmo-556959/ultimo-momento/multas-e-incautaciones-para-usuarios-ilegales-de-television-para-abonados/#notacomentarios

Los muchachos tienen miedo, mucho miedo. Hoy en día te conectás a Internet o te comprás la antenita satelital, que es barata, y ves la tele. Las empresas de TV por cable son los parásitos que quieren seguir chupando de donde ya no les corresponde. No saben qué hacer para que su negocio no se hunda y lo único que se les ocurre es espiarte, amenazarte y mandarte sus patotas.

¿Habrá que comprarse matapiojo?

Imagen: www.sospiojos.com.ar

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Soy un bobo y me quieren cazar

Son esas cosas que uno no se espera, que llegan un día como mierda de pájaro.

Ayer llegó una carta a casa. La carta es de la empresa TCC, la empresa de televisión por cable TCC. La carta dice:

«En el día de la fecha hemos constatado una conexión de TV Cable que ingresa en su domicilio, que no figura en nuestros registos.
La misma queda debidamente documentada mediante fotografía realizada en presencia de la autoridad competente.
Informamos a Ud. que se ha promulgado la ley Nro. 17.520 que tipifica como delito las conexiones ilícitas de TV para abonados y los sanciona con prisión o multa»

En hoja adjunta, repiten lo formulado y agregan:

«Ante la constatación de la existencia de una conexión ilícita de TV por Cable, procede que regularice su situación en el plazo de 5 días, a contar de la fecha (sic). A tales efectos deberá comunicarse con el Sr (…) al tel (…) quien le facilitará los trámites pertinentes»

Por último, incluyen copia de la ley 17.520 y de la ley 18.383, las cuales hablan de penas de 80 a 800 unidades reajustables de multa o prisión equivalente.

Ya sé lo que están pensando, pero no se apuren. Ahora viene la historia, y luego volvemos a la carta.

La historia es sencilla. En enero de 2007 alquilé un apartamento, en el cual vivo todavía. El dueño tenía una conexión de TV por cable perfectamente legal en la empresa Montecable y, antes de dejar la casa, dio el servicio de baja. Las facturas dejaron de llegar (de hecho, jamás vi una factura), pero los encargados de la desconexión nunca vinieron.

Todo quedó desde entonces tal cual estaba, hasta que ayer llegó la carta. Poco después de recibirla, me comuniqué con el señor de la empresa, el mismo que figuraba en la carta. Llamémosle «Señor G». El señor G me explicó que yo me había colgado del cable, lo cual negué rotundamente. El señor G afirmó entonces que bien podía ser que yo no me hubiera colgado, que se hubiera colgado la persona que vivía antes, pero que de todos modos yo estaba recibiendo la señal y la estaba usufructuando, que tenía forma de probarlo, y que mi situación legal era seria. De todas formas, me dijo, ellos me daban una última oportunidad. Esta oportunidad consistía en que yo me abonara a la empresa TCC, hecho lo cual ellos no actuarían judicialmente. En caso contrario, harían la denuncia, lo cual implicaría procesamiento penal, allanamientos, multa e incluso prisión. Yo, amablemente primero, y luego con energía, le dije que no me interesaba la TV por cable, que nunca me había interesado la TV por cable, que no tenía el más remoto interés en contratar ningún servicio de TV por cable y que por favor no me amenazara ni me extorsionara. Con un cortante «Buenas tardes» terminó la conversación.

Ahora, los comentarios y reflexiones:

1) No sé si notaron que el dueño del apartamento tenía TV de la empresa Montecable, mientras que la carta amenazatoria es de TCC. Curioso, ¿no? Según mis averiguaciones, esto tiene su origen en que tanto Montecable como TCC como Nuevo Siglo hacen las conexiones a través de la misma empresa, Equital S.A. ¿Alguien dijo monopolio? 

2) El tono intimidatorio del señor G es digno de resaltar. Evidentemente, es el tono adecuado para amedrentar. Luego del amedrentamiento, me hostigó para que me decidiera en ese mismo momento a afiliarme a la empresa. Yo le dije que no me interesaba y, enfáticamente, le dije que si no quería que hubiera una conexión en mis techos, vinieran a sacarla. «Jaja, no es así como a vos se te ocurra», dijo en tono de burla el señor G, «acá o te ‘regularizás’ o procedemos judicialmente».  El señor G lo planteaba como un acto de bondad y de caridad, una oportunidad única que nos daba gracias a su magnanimidad. El mismo método, por otra parte, que usan todos los extorsionadores en todas partes del mundo.

3) Creo que está claro por qué es una extorsión. Un servicio se da de baja, la empresa no viene a sacar los cables que tiene la obligación de sacar, y luego, pasado un tiempo, otra empresa del mismo monopolio me acusa de tener una conexión clandestina. Es decir, me acusa de lo que ellos mismos (con otra marca) omitieron hacer. Y luego me extorsiona, me amenaza con ir preso ¡¡¡si no me afilio a su servicio!!!

4) Por supuesto, ya comencé a moverme para, dentro de mis humildes posibilidades, hacer frente al poderoso imperio de la TV por cable. La relación de fuerzas, admitámoslo, no está de nuestro lado. Pero veamos. Defensa del consumidor recibió mi queja y dijo que se va a comunicar con la empresa y va a hacer «lo posible». Montecable admite que el dueño de este apartamento fue abonado y que dio de baja el servicio, y admiten «no haber podido coordinar» la desconexión (cosa que, por otra parte, parece ser algo habitual en este tipo de empresas). El lunes, entonces, vendrán a hacer la desconexión, después de ¡¡¡4 años!!!

5) Por último, queda tratar de entender cómo funciona el sistema de cazabobos. Las empresas de cable se «olvidan» de desconectar a los abonados que dieron de baja el servicio. Luego, contratan a señores que detectan conexiones que no figuran en los registros y, sin chequear en lo más mínimo la situación, derivan el caso a un departamento jurídico/intimidatorio que se dedica a mandar las cartas de amenaza y a amedrentar a los bobos. Así, esperan que un buen número de bobos tenga miedo, ya sea de ir presos o de tener que soportar allanamientos, gastos de abogados, etc, y se suscriban como corderitos asustados. A los corderitos que no se asustan, habrá que ver si les mandan a la justicia para aleccionarlos, o si se olvidan del tema. También habrá que ver (experimentaré en carne propia) si los organismos regulatorios y la justicia de este país funcionan defendiendo el bien común o si son, como en tantos otros países, un brazo más del poder del imperio de las grandes empresas.

6) Pero no se preocupen, señores de TCC, el servicio que ustedes dan es obsoleto, su modelo de negocio va a desaparecer, su modelo abusivo y extorsivo de negocios va a desaparecer más pronto de lo que se imaginan. Aparece la TV digital terrestre y la TV satelital libre y la TV por Internet y se me hace que ustedes tienen miedo. Tienen que estar muy nerviosos para salir a amedrentar a miles de personas. Tienen que ser muy mediocres para salir a amedrentar a miles de personas. El imperio de ustedes se está deshilachando y tienen que tener un miedo bárbaro para salir a amedrentar a miles de personas. Ya se viene la ley de medios y tienen que tener un miedo bárbaro, ya se viene la gente que se da cuenta de que hay que hacerse cargo colectivamente de la TV, que se da cuenta de que el servicio que dan ustedes es artificialmente caro y mediocre y obsoleto, de que no son las empresas sino la ciudadanía la que tiene que hacer las leyes (y no como pasó con la infame ley 17.520), que se da cuenta de que, dentro del término cazabobos, no quiere ocupar el lugar de la segunda pieza léxica.

Saludos! JG.

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En problemas

«Leaving the issue of charity aside (Zizek’s own critique already deals with this), we might look at other political choices which involve consumption – such as vegetarianism, veganism, consumer boycotts of Israel, buy-nothing-day, etc… I do not think that there is a  problem with asserting that all of these actions are based on a moral impulse which we should call genuine – we want to stop the suffering of animals, we don’t like the occupation and attacks on the Palestinian territories, we see that the consumer economy is needlessly destroying the environment and enslaving the population with debt, and so on. But each of these actions tends to presume its own success in the carrying out of the action itself. Take for example, vegetarianism – is there not a tendency to see your decision to stop your own consumption of animals as a personal sacrifice, as “doing your part”, and when you’ve succeeded in cutting yourself off from the omnipresent luxury of meat, you are “doing your part”? When of course, if one actually holds to the principle of ending the suffering and slaughter of animals to serve a contingent human need, the only value in becoming vegetarian is the value it derives from being effective towards that end. And yet – how many vegetarians are capable of imagining a world without meat production? And of those, how many are capable of an analysis which links where we are today to a world without meat production, and actually take part in forward-looking activities other than being vegetarian and talking to other vegetarians about how great it is to be vegetarian? The key is, I think is in the satisfaction of the moral impulse: if one’s moral impulse is satisfied, or satiated by the activity one takes up on the basis of it, then one is entrapped in an ideology of personal goodness (“Ideology” here means a way of grasping a problem which mystifies it, which renders one’s engagement with it a fantasy rather than reality). If, however, one constantly experiences the inadequacy of one’s attempt – and even the more strongly the more resolutely one engages in the attempt, then one might have freed oneself from ideological mystification.»

El texto completo acá

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Angelo y el proceso creativo

Hace poco vi Mulholland Drive, de David Lynch, probablemente una de las 10 mejores películas que vi en mi vida (y quizás entre ellas se encuentre también otra de Lynch, Terciopelo Azul).

Indagando un poco sobre su filmografía, me encontré con que la música de casi todas sus películas es de Angelo Badalamenti. Resulta que don Angelo es un crack, y miren si no lo que dice sobre cómo compuso la música para Twin Peaks:

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Barthes, Bourdieu y mi compañera Celia

«(…) Una vez más, tenemos aquí la prueba de que el rostro es un signo social, que hay una posible historia de las caras, y que el producto más directo de la naturaleza también está sometido al devenir y a la significación, al igual que las instituciones mejor socializadas (…)» (Roland Barthes, Ensayos críticos)

roland-barthes

«(…) Y sin embargo la fuerza que ejerce el mundo social sobre cada sujeto consiste en imprimir en su cuerpo un verdadero programa de percepción, apreciación y acción que… funciona como una naturaleza, es decir, con la violencia imperiosa y ciega de la pulsión o el fantasma. (…)

El trabajo que busca transformar en naturaleza un producto arbitrario de la historia encuentra fundamento aparente tanto en las apariencias del cuerpo como en los efectos enteramente reales que ha producido en el cuerpo y en la mente, es decir, en la realidad y en las representaciones de la realidad. El trabajo milenario de socialización de lo biológico y de biologización de lo social, al revertir la relación entre causa y efecto, hace aparecer una construcción social naturalizada (los habitus diferentes, fruto de las diversas condiciones producidas socialmente) como la justificación natural de la representación arbitraria de la naturaleza que le dio origen y de la realidad y la representación de ésta.» (Pierre Bourdieu, La dominación masculina)

bourdieu

Todo lo anterior para descubrir, a mis 28 años, por qué mi compañera de escuela Celia, sin ser fea, fue considerada durante larguísimos doce años un bagre, un bagre total y absoluto, un bagre de lo más asqueroso al que nadie se atrevió jamás a desear ni a hablarle más que para mofarse de su cara de idiota y de cómo cuando tenía seis años se comía los mocos.

Es que Celia pertenecía al grupo de las feas, y el grupo de las feas, en un curso de cuarenta nenes y nenas que se mantuvo homogéneo e impermeable durante toda la escuela primaria y secundaria, se convirtió en una institución tan sólida y pétrea que impidió cualquier clase de «movilidad social» y generó conductas autoperpetuadoras y habitus capaces de borrar cualquier percepción independiente de la realidad.

Tan fuerte era ese habitus que, todavía hoy, escucho las risas que pegarían mis compañeros si se enteraran de que estoy diciendo que Celia no era un pescado podrido y que, hace dos años, me la volví a encontrar y la vi con una actitud avasallante, una belleza respetable y un aire de libertad brotando de sí.

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